martes, 13 de mayo de 2008

-¿Que ha pasado?

-Nada…

-¿Por qué?

-No lo se.

De esta manera se resume mi vida en este último tiempo, sin nada más que el ver como pasó, pasa y pasará el incansable tiempo. Los días, las semanas, los meses pasan y pasan, y yo, sin ninguna novedad, sin ninguna ilusión, sin ninguna esperanza.

A veces me gustaría estar en una de esas tardes de domingo, en una antigua banca de la plaza de armas del pueblo de Santa Cruz (sexta región) con una pequeña rama de arbusto jugueteando con las piedras del suelo, con un sombrero de lanilla oscuro y mi chaqueta cuadrille con migas de pan en el bolsillo derecho para alimentar a las palomas. Esperando de alguna manera que suceda algo, que probablemente nunca sucederá. Pero me entretengo, me entretengo esperado mientras observo a las personas caminar, a los adolescentes juguetear, a las mamás enseñar los primeros pasos a sus pequeños hijos y a los demás ancianos sentarse en las bancas para alimentar a las palomas reunidas por las apetecidas migas del pan añejo. Pensando quizás en querer ver a mi esposa, o ir a hacerle cariño a mi perrito -el que cuida la casa- o en lo feliz que me ciento por el solo hecho de estar ahí, de tener para comer y de tener un techo a donde ir a pasar la noche. Sintiendo felicidad por la etapa ya cumplida, por el trabajo realizado, las interminables horas bajo el sol cuidando las siembras, los cultivos, que nos dieron para alimentar a la familia y educar a nuestros hijos, que ya son profesionales. Sabiendo que el la casa, a las afueras del pueblo, esta mi esposa alado de la cocina a leñas con un jarro de mate y una canastilla con lanas y tejidos confeccionando un pequeño chalequito para uno de mis nietos, con toda la paciencia y dedicación que una abuela puede dar a un regalo. Teniendo certeza además que ya se acerca el segundo fin de semana de cada mes, en donde me visita uno de mis queridos hijos que vive en Santiago, que a pesar de las distancias, deja tiempo para visitar a su anciano padre, y lo espero como la primera vez que partió de la casa a estudiar fuera, esa vez en que la casa se tornó vacía y silenciosa, pero que cuyo esfuerzo dio fruto, valió la pena.

De esta manera pasar mis días ahí, sentado pacientemente esperando que el tiempo lo decida.

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