domingo, 4 de enero de 2009

Al fin comienza otro año. ¡Otro más!, a veces me gustaría volver a aquellos tiempos en que el día se hacía interminable, donde debíamos buscar formas para pasar el rato, donde la tarde de sábado era una tortura y el domingo era eterno, esas tardes con la mirada perdida frente a la tv. Los días eran como semanas y las semanas eran como meses… pero hoy el panorama para mi es algo distinto, el tiempo se ha acelerado, no se porqué, pero cada día termino pensando en que no alcancé a hacer las cosas que pretendía. Estos últimos años han pasado casi sin darme cuenta, sé que aún soy un joven, pero también sé que no me daré cuenta cuando ya sea adulto. Que extraño…
A pesar de todo, existe un lugar en la tierra que hace que el tiempo se detenga, cuando vas sientes el viento y los grillos que zumban por entre las ramas. Ahí a pesar de las altas temperaturas, el calor no sofoca, el viento es fresco y limpio.
Cada vez que voy me ciento niño, creo volver a los recuerdos que viví cuando pequeño, al jugar entre los árboles y arbustos, al correr por el pasto y al terminar el día totalmente embarrado –y por supuesto con los retos de mi madre-.
Por la noche ese lugar se transforma en un santuario de estrellas, ahí puedes pasar toda la noche encontrando nuevas, mientras más miras más encuentras. Ese lugar tiene el techo más esplendido y misterioso que algún humano logró soñar. En la más absoluta oscuridad sientes la brisa que te toca como seda y los grillos que cantan como chicharras, a lo lejos sientes perros que ladran y más lejos aún aves que revolotean. En la noche este lugar es un santuario de la oscuridad, hace que tus sentidos de agudicen. Es la demostración más bella de la mística que existe en la oscuridad.
Ayer las estrellas me llamaron, salí a encontrarme con ellas, fue maravilloso. Miraba y miraba y cada vez aparecían más, ¡que espectáculo! Ahí me di cuenta lo pequeño que somos, y también entendí la oportunidad que nos entrega el universo que en la pequeñez más absoluta podemos ver lo fascinante del exterior. Me sentí como una hormiga dentro de un gran campo, donde hay miles y miles de insectos más, pero a pesar de ello igual existe. Mientras miraba no podía parar de pensar en lo vivido, en el año que se iba sin retorno, y no lograba terminar de dar gracias al universo por reír, soñar, llorar y sobre todo sufrir, por que me permitió encontrar una parte de lo que soy. Aprovechándome un poco de la situación, comencé a pedir a las estrellas que me regalasen un gran año, el que me permitiera seguir en mi camino de búsqueda de lo que aún no encuentro. Fue místico, para rematar la velada el cielo me regaló dos estrellas fugaces como respondiendo a mi plegaria. En ese momento fue cuando sentí que el universo me respondía, que me decía: esto es la vida, esto es vivir, no hay más… sentí fuertes deseos de quedarme ahí, viendo y viendo las estrellas, el cielo, la oscuridad… a pesar de lo oscuro y solitario que estaba me sentí tranquilo, sin miedo, confiado… fue mágico.
Una noche de maravilla, una noche de estrella. Que mejor forma de recibir el año, al alero del universo.

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